Me he llenado de un patetismo tan superfluo, tan regocijante que hasta
las propias sombras de mi sacrificio, se matan al pensar si alguna vez
el amor que le tuve a ella fue mas real que este cuento de ficcion que
tengo por vida, afortunadamente no existe el inmadurar, pues la niñez se
pierde cuando se han agotado las costumbres propias, las fuentes
inagotables de un amargo abrazo o de un simple beso que pudieron haber
cambiado todo.
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